martes, 15 de marzo de 2016

¿Existe el mal?









                
Si bien no todas las personas tienen las mismas tentaciones, muchos luchan a diario para combatirlas, algunos luchan contra el alcohol, otros contra las drogas, otros con su sexualidad.
No importa con lo que usted esté luchando, sepa que no está solo, que no es la única persona que tiene dificultades para tomar las decisiones correctas. La tentación ha sido definida como "la atracción a cometer un acto imprudente o inmoral, especialmente por una recompensa ofrecida (o percibida)". Eso es lo que hace que el proceso de tomar una decisión produzca mucha tensión. La buena opción puede parecer poco atractiva superficialmente, en tanto que la negativa tiene un atractivo especial.
Sentimos tensión cuando estamos decidiendo entre lo que debemos y lo que no debemos hacer. Esta lucha no es imaginaria; el cuestionamiento "debo o no debo" no es un ejercicio intelectual aislado. Se está librando una verdadera guerra dentro de nosotros.
La raíz de este conflicto se llama pecado. Por naturaleza todos hemos nacido pecadores y estamos separados de Dios; es decir, tenemos un deseo nato de vivir como queremos en lugar de hacerlo como Dios lo prescribe. La única solución para esta separación de Dios está en su Hijo Jesucristo que murió en la cruz para pagar el castigo por el pecado y reconciliarnos a Dios (Romanos 6:23; Juan 3:16).
¿Por qué parece tan bueno?
Cuando aceptamos el hecho de que Cristo ya pagó por el pecado y confiamos en Él como Salvador, oficialmente hemos muerto al pecado. ¿Qué quiere decir esto? Muerto significa que el pecado ya no tiene poder para forzarnos a hacer o pensar nada (Romanos 6:1-3, 10-14). Por supuesto que el pecado todavía existe como influencia, pero su reinado ha sido destruido; tiene acceso a nosotros, pero no autoridad sobre nosotros. Somos libres para optar en contra del pecado; su dominio ha sido destrozado . Como creyentes, somos libres para decir"no".
En Cristo tenemos una vida nueva y un espíritu nuevo (2 Corintios 5:17). El Espíritu Santo que habita en nosotros desde el momento en que depositamos nuestra confianza en Jesús, nos capacita para elegir la obediencia en lugar de la rebeldía. Aún así, la atracción hacia el pecado a veces puede ser demasiado fuerte.
El atractivo es real
Es importante entender que nuestros deseos naturales nos fueron dados por Dios y que son legítimos. Por ejemplo, no hay nada malo en querer comer. Pero cuando queremos comer más, o menos, de lo que debemos, o queremos estar a la moda aunque de alguna manera perjudique nuestro cuerpo, el deseo es ilegítimo. Siempre que sobrepasemos los límites del amor que Dios ha estipulado entramos en terreno pecaminoso.
La primera reacción cuando caemos en tentación es culpar a otra persona o atribuirlo a defectos de nuestra personalidad. "Mi amigo me empujó a hacerlo", tratamos de explicar; o: "Así me educaron mis padres; no puedo evitarlo". Esa táctica de desviar la culpa hacia los demás no es nueva. Cuando Dios buscó a Adán en el Huerto del Edén después de haber pecado, Adán culpó a Eva (Génesis 3:12).
¿Por qué hacemos esto?
Es difícil admitir que el problema está en nosotros. Es probable que muchas veces hayamos oído la excusa: "El diablo me obligó a hacerlo", y que nosotros mismos la hayamos usado. En efecto, frecuentemente Satanás juega un papel en la tentación; pero esa frase simplemente no es verdad.
Satanás jamás puede obligarnos a hacer nada. Su poder se limita a la manipulación y al engaño (2 Corintios 11:3); Juan 8:44). Puede impulsarnos a tener muchos deseos de hacer o decir algo, pero literalmente no puede forzarnos a hacerlo. Sí, Satanás es un enemigo formidable y su intención de hacernos caer en sus trampas y sus lazos nunca cambia. El Señor Jesús nos advirtió: "... él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira" (Juan 8:44).
La Palabra de Dios en 1 Tesalonicenses 3:5 y Mateo 4:3 se refiere a Satanás como el tentador, el responsable de inducir a muchos a descarriarse. Constantemente busca nuestros puntos débiles y vulnerables y los explota cuando tiene oportunidad de hacerlo (1 Pedro 5:8). No obstante, como nos asegura Job 1:12, sus facultades son limitadas por Dios.
Por otra parte, Dios no nos tienta a pecar; su carácter no le permite hacerlo. De ninguna manera puede el Dios Santo y Todopoderoso estar asociado con el pecado. Santiago 1:13-14 dice: "Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni Él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido".
No importan ni la presión, ni los incentivos, ni los detalles atractivos, la Escritura dice claramente que nosotros somos los responsables de nuestro pecado y nadie más. Cuando somos tentados, podemos decir sí o no; la decisión es nuestra. Y pese a la influencia fuerte y negativa de la tentación podemos hacer la elección correcta con la ayuda de Dios. Al reconocer la verdadera naturaleza del conflicto, estamos preparados para poner la Palabra de Dios en acción ante cualquier desafío.